Rescata

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lunes, 30 de junio de 2014

Receta de Maultasche o Varenick de la abuela Rosa Melchior de Ruppel

Ingredientes:
1/2 kilo de harina
Una pizca de sal
Un huevo
Agua

Preparación:
Se colocan en un bol todos los ingredientes, se mezclan bien incorporando agua hasta obtener una masa que se pueda trabajar con el palote.

Relleno de ricota:
1/2 kilo de ricota
Un huevo
Crema y azúcar a gusto

Relleno de manzana:
Cinco manzanas
Crema y azúcar a gusto.

Preparación:
Se estira la masa, se pueden cortar cuadrados o discos, según el gusto de cada uno, rellenar y cerrar haciendo un "repulgue" para evitar que se abran. Hervirlos. Una vez cocidos se los escurre y se les puede poner encima trocitos de pan dorados previamente en aceite o una cebolla dorada en aceite. (Fuente: hilandorecuerdos.blogspot.com.ar - Julio César Melchior)

jueves, 26 de junio de 2014

“¡Que lindos que eran esos tiempos de antes!”


José Lindner, incansable dirigente del Club San Martín

Las anécdotas de los bailes, los partidos y las reuniones familiares de antes. Recuerdos de una época que marcó una huella muy profunda en Pueblo Santa Trinidad.

Ha sido durante muchos años Presidente del Club San Martín de Santa Trinidad, integrante de la Comisión Directiva en diferentes cargos, pero sobre todo un incansable trabajador por esta institución social y deportiva.
A José, que tiene más de 70 años y sigue trabajando con las mismas energías de siempre en la construcción, le gusta tomarse un rato para contar anécdotas de antes. De esas que llenan de emoción y remiten a una época pasada. 
Recuerda, entre otras cosas, una obra de teatro de estilo gauchesca que hicieron en ocasión que viniera a Coronel Suárez un Cónsul ruso (invitaron al de Alemania pero no iba a estar presente) para la celebración de un aniversario de la creación de los Pueblos Alemanes. 
La obra se llamaba “Tientos de la misma lonja”, actuaban Elvira Scheffer, Agustín Perrig, el “negro” Martín, Ofelia Mildenberger de Dos Santos, entre otros. 
“La presentaron la primera vez en el salón viejo del Club San Martín y luego en el Cine Cervantes. Esa obra salió muy buena”, recuerda don José, destacando también las anécdotas que se generaban en los ensayos y en cada una de las presentaciones.
Lo que era verdaderamente bueno eran los bailes y en consecuencia José recuerda que “cuando el Club todavía no tenía salón se usaban las instalaciones de la familia Hall. Más de una vez, cuando se quedaban sin mesas, buscaban la mesa de la cocina de la casa de doña Rosa. Recuerdo un personaje de Coronel Suárez que llegaba tarde muchas veces y pedía una mesa: buscaban la de la casa de Rosa y la ponían en el medio del salón en la parte de tablones de madera, con los bailarines alrededor, haciendo mucho ruido, levantando polvareda y moviendo los vasos que estaban en ella apoyados”.
“En esos años casi no se preparaban mesas, simplemente se buscaban bancos largos, de hierro, que se buscaban en Casa Ferro y se disponían a los costados del salón, rodeando la pista. Allí se ubicaban las chicas lindas de la época, acompañadas, indefectiblemente, de sus madres, los varones movían sus cabezas en la clásica invitación a la distancia para ir hacia la pista de baile y si estaban seguros que iban a ser aceptados se acercaban hacia la joven y la agarraban de la mano, invitándola a bailar”. 
“En esos años, ante la presión de la gente que los votos que se emitían para la elección de la reina podían estar influenciados, se inventó otro sistema: la reina y sus princesas se elegían por la cantidad de cajas de bombones que se compraban en Casa Mazzuco”. 
“La chica que mas bombones recibía era la que ganaba el derecho de llevar la corona y el cetro”. “Transcurridos los años, vale contar ahora, que más de una vez los muchachos de la época, que ya trabajaban en el club, recorrían la casa de las candidatas tomando contacto con sus padres o el novio de la chica para motivarlos a más compras de bombones, bajo la frase ‘a la otra chica le están regalando más cajas de bombones’”.
José Lindner recuerda también los partidos de fútbol. Más de una vez se trataba de amistosos, porque todavía no estaba organizada la Liga. 
“Se pegaban fuerte, muy fuerte, pero todo dentro del marco del partido. Cuando terminaba todas juntas las hinchadas iban hacia la cantina a comentar las jugadas, a seguir debatiendo, pero todos juntos, sin pelearse, compartiendo entre amigos y conocidos y programando algún próximo encuentro”.
José Lindner y sus muchos recuerdos, donde no deja de repetir: “que lindos que eran esos tiempos de antes”.

miércoles, 25 de junio de 2014

Últimos ejemplares del libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”, en su novena edición

Récord de ventas, el libro del escritor Julio César Melchior, está próximo a agotarse en su novena edición. Quedan muy pocos ejemplares disponibles. No deje pasar la ocasión para volver a preparar las delicias tradicionales de los ancestros alemanes del Volga. Haga su pedido ya a la siguiente dirección de correo: juliomelchior@hotmail.com. Lo puede adquirir desde cualquier lugar al país.

martes, 24 de junio de 2014

Susana Urban: Una historia de vida que vale pena recordar

Susana Urban junto a  su esposo Gaspar Graff 
y sus doce hijos: Ana,  Juan, Jorge, Catalina, 
Pedro, Angelina, María, Berta, Clementina, 
Miguel, Emilio y Rufino.
Una gran mujer, una gran madre, un gran ejemplo

Periódico Cultural Hilando Recuerdos rescata en esta nota la memoria de Susana Urban. Una persona de convicciones cabales e íntegras. Fiel representante de las mujeres alemanas del Volga que, a lo largo de su vida, supo dar ejemplo y dejar ejemplos para sus descendientes y todos aquellos quienes la conocieron y amaron. 




Susana Urban nació el 11 de abril de 1884, en el hogar conformado por Jorge  Urban y Susana Streintenberger, a orillas del río Volga, en la aldea Kamenka, en Rusia. Su padre era pastor y su madre ama de casa. Su madre falleció de cólera y su padre a manos de soldados rusos por no acatar una orden arbitraria: no lo hizo porque era sordo.
Relata Alcira Kaul que “mi abuela dejó Rusia en pleno conflicto bélico. Emigraron todos menos una hermana que no quiso abandonar la casa familiar”.
Susana Urban tenía 15 años cuando llegó a  la Argentina.  Al llegar a la Colonia 3 sintió una desazón tremenda. Había que comenzar de nuevo y no conocía a nadie. Pero no tuvo opción: su deber era seguir a sus hermanos, como se estilaba en aquellos tiempos: a la mujer no le estaba permitido decidir sobre su propio destino.
El tiempo transcurrió, superó las dificultades y se arraigó a estas tierras. Se casó con Gaspar Graff y ambos forjaron un hogar feliz de cuyo seno nacieron 12 hijos: Ana, Juan, Jorge, Catalina, Pedro, Angelina, María, Berta, Clementina,  Miguel, Emilio y Rufino. De esos 12 hijos Pedro falleció antes que ella.
Pero la felicidad del matrimonio no se prolongó por mucho tiempo. Quedó viuda muy joven y tuvo que criar los hijos sola, con los que se fue a trabajar al campo. Trabajando muy duro, con mucho sacrificio y tesón, pudo adquirir una casa donde los hijos fueron creciendo y formando, a su vez, sus propios hogares, pero siempre unidos, siempre juntos.
La vida de Susana Urban es muy rica en experiencia y en anécdotas. Era una mujer con mucha fuerza de voluntad. Supo salir adelante y vencer todas las adversidades que el destino le fue poniendo en el camino. Fue feliz. Y supo hacer feliz. Le regaló a sus hijos y descendientes una enseñanza moral muy firme y convicciones muy arraigadas, que les permitieron a todos ser personas de bien.

Anécdotas



“Para mí no había nada más lindo que escuchar las historias de mi abuela –añora Alcira Kaul-. De la vida que ellos pasaron en Rusia. Los inviernos, las  nevadas que tapaban las puertas y ventanas, que tenían que limpiar todas las mañanas, porque no podían salir de la casa. Me contaba que tenían todos los animales bajo techo, porque no podían salir durante el invierno porque eran muy rigurosos. Yo le preguntaba, que comían o como sobrevivían y me contaba que se preparaba y guardaba todo antes de que llegara el invierno. Otra cosa que recuerdo –evoca con mucho afecto Alcira Kaul-, es el primer día de cada año cuando había que ir a la casa de la abuela y desearle Feliz Año Nuevo y ella tenía preparadas las bolsas de papel con golosinas para todos los nietos: éramos 45 pero ella siempre pensaba en todos y nos esperaba con alegría”.
 “Recordar a mi abuela es como abrir el  baúl  de los recuerdos. Cierro los ojos y veo a la abuela sentada en su mecedora al lado de la cocina a leña, con la típica ropa de las alemanas, tejiendo medias, guantes para algún nieto o  haciendo alfombras al croché. Me acuerdo esas noches de invierno, siempre algún nieto o nieta durmiendo en lo de la abuela. Jugábamos al “Turak” y la abuela nos cantaba canciones en alemán o nos contaba algún cuento y antes de ir a dormir teníamos que rezar un Padre Nuestro, un Ave María, para estar protegidos en la noche”.
 “Mi abuela trabajaba en la quinta o en el jardín de la casa hasta muy avanzada edad.  Si le preguntabas por qué lo hacía y ella te contestaba que ‘hay que hacer de todo y no esperar que los otros lo hagan’.  Y agregaba a modo de lección: ‘Cuando ya no pueda más  lo hará otro.  Pero ustedes mis angelitos, mis queridos nietos, no pasaron lo que pasamos los que vinimos a América. La vida era muy dura.  Cuando dejamos Rusia, ya había comenzado la guerra y empezaba a sentirse la falta de alimento. Acá en argentina encontramos, después de mucho trabajar, de todo. Los que pasan hambre acá en América es porque quieren. Con un poco de tierra y agua se pueden hacer maravillas’. Y la abuela tenía razón. Cuántas cosas han pasado nuestros abuelos. Era tan lindo escuchar a la abuela y más lindo era escucharla hablar en alemán”.

El futuro

 “Me acuerdo de un trabajo que cuando la abuela lo llevaba a cabo se transformaba en una fiesta para los más chicos. Cuando se reunían en la casa de alguna de sus hijas para desarmar los colchones de lana y volver a hacerlos de nuevo. Me acuerdo que si una hija vivía en el campo nos íbamos en el carro, la abuela y alguna hija de la colonia, casi siempre mi mamá, y ella nos dejaba  usar ese banco para abrir la lana apelmazada”.
“La abuela leía mucho la Biblia y comentaba lo que le parecía iba a suceder en el futuro. Decía que va llegar un momento por más lejos que este alguna persona de otra, van a verse y hablar como si estuvieran en una misma casa; que viajar de un lugar a otro, va ser más fácil y más rápido y no como lo tuvimos que hacer nosotros que soportamos un viaje de 3 meses o más y muy mal, desde Rusia a América; que en el futuro no iba a existir diferencia entre mujeres y hombres. La verdad no se equivocó en nada. Esto me lo contó hace 46 años. También me dijo que llegará el día en que los hijos no respetarán a sus padres ni los padres a sus hijos. Muy equivocada no estaba”, afirma Alcira Kaul

El adiós

 “Tuvo un derrama cerebral el 16 octubre de 1977”, recuerda Alcira Kaul con tristeza.  “Un día después de la celebración del Día de la Madre. Las Hermanas religiosas le armaron un rosario de flores naturales, porque mi abuela siempre rezaba el rosario”.
“Los 11 hijos llevaron el féretro de su madre hasta la iglesia y después hasta el cementerio. La acompañaron siempre en vida y ya fallecida ellos la quisieron llevar hasta el descanso final: fue muy emotivo ver que los hijos llevaran el ataúd. Cuando pregunté por qué lo hacían respondieron que nuestra madre fue muy buena, queremos que ella se sienta acompañada hasta el último minuto. Los hijos siempre la acompañaron siempre. Tanto que todos los domingos se reunían en la casa de la abuela, a celebrar sus cumpleaños y en las fiestas Kerb era un mundo de gente que giraba en torno de ella. Era una época feliz. Es más, cuando la abuela ya no estaba entre nosotros, los hijos continuaron reuniéndose para Kerb, como una manera de rendirle homenaje y decir seguimos juntos estando juntos, mamá”.

jueves, 19 de junio de 2014

Nilda Bahl y los secretos para hacer un buen Strudel


Tiene 88 años y, además de tener dedos mágicos para las plantas, tiene manos mágicas para elaborar lo más exquisito de la pastelería tradicional alemana y entre ella el Strudel de manzana, aunque también suele preparar el de zapallo, como le gustaba a su padre.

Relata que aprendió a cocinar de su madre: “era muy buena cocinera mamá, hacía el Strudel, los fideos finitos, todo eso nos enseñó. Éramos dos que cocían y dos que teníamos que trabajar con mamá ayudándole en la cocina, para no pelearnos; nos turnábamos para hacer una u otra cosa. Todo lo que sabemos lo aprendimos de nuestra madre, porque era muy detallista en todas esas cuestiones. Papá también, ayudaba mucho. A veces yo estaba sola para hacer esto (las tareas de la cocina), mamá ya no podía ayudarme, y venía papá y colaboraba conmigo. Para poder estirar la masa del Strudel y no romperla con sus manos ásperas se ponía guantes para poder trabajarla”.
Con la amabilidad que la caracteriza se dispone a contarnos los secretos para la elaboración de un Strudel como se debe.
“Lo primero que se hace es la masa, con harina de 4 ceros. La que está en la bolsa, no la que viene en los paquetes. Yo ya probé y la masa se rompe. Tiene que ir un poco de agua tibia, un huevo. Hay que amasarla bien, hasta que la masa esté brillosa. Se deja descansar toda una noche en la heladera. A la mañana temprano la saco para que esté blandita y para poderla palotear”. 
Luego generosamente nos explica que “esta es la parte más difícil para realizar este tradicional postre alemán: estirar la masa sobre un mantel enharinado, bien finita y sin que se rompa, cortando los bordes finales para que no haya grosores desagradables al paladar, que no se alcancen a cocinar como el resto de la preparación. Y si de los bordes recortados sale otra masa (todo se aprovecha) hay que volver a dejarla descansar para poder estirarla bien finita”.
“Las manzanas deben ser verdes, cortadas finitas, no es necesario sacar la cáscara. Y mucha crema de campo, es la mejor”, dice Nilda. 
“Cada tanto hay que sacar la preparación del horno, a temperatura baja en la que se está cocinando, y volver a ponerle por encima crema diluida en leche, para que vaya embebiendo la preparación. Así se tendrá un producto delicioso, único, incomparable”.
Hace dos años un sobrino nieto de Nilda que vive en Neuquén y que integra el grupo “Son miradas” (www.sonmiradasnqn.com.ar) llegó a Coronel Suárez para retratar todo este proceso de elaboración del Strudel, dando como resultado bellas fotografías que en estos días están expuestas en el Mercado de las Artes. Ahí se puede terminar de advertir lo que Nilda Bahl no relató en el reportaje, ya que “para elaborar el Strudel hay que hacer todo el proceso con mucha dedicación, con mucho amor, con el convencimiento que se está dando vida a algo importante, un postre único para compartir con los seres queridos”.

martes, 17 de junio de 2014

Historia de vida del abuelo Juan


Por Laureano Safenreiter
El abuelo Juan regresa de vez en cuando a la colonia. Busca reencontrarse con antiguos recuerdos y rememorarlos con quien desee escucharlo. Siempre es una alegría encontrarse con él y compartir su nostalgia por una época que ya es historia. Una época en la que él fue plenamente feliz.

El abuelo Juan cierra los ojos y mira al pasado. Recuerda las tardes de verano en que con su hermanito iba a los baldíos de las colonias a divertirse. Allí se reunía con otros compañeros a jugar a la mancha, a la ronda, a la gallina ciega, al rescate, a los cochecitos realizados con madera imitando los autos de carrera de Fangio. Su mente se pierde en ese mar de nostalgia y una lágrima resbala por su mejilla.
Regresa a la colonia para visitar seres queridos pero al llegar se percata que el tiempo no  pasó en vano: nada está como lo dejó al partir hace más de cuarenta años. Las calles de tierra se han trocado en calles de asfalto. Las casas humildes en elegantes y modernas viviendas. Y lo más doloroso, ya casi nadie de sus seres amados lo espera. Ni siquiera la casa de sus padres existe ya. En su lugar levantaron un chalet. Al verlo una honda congoja estruja su corazón. Ni siquiera puede ver, aunque sea una vez, la vivienda donde fue tan pero tan feliz cuando niño.
Al rememorar la niñez surgen los años de escuela y cuenta: “¡Qué hermosa que era la sala de clase de la escuela! Era una habitación espaciosa con grandes ventanas por donde entraba mucha luz y aire. En las paredes colgaba el retrato de Domingo Faustino Sarmiento y hermosas estampas de santos. Nosotros nos sentábamos en pupitres de dos asientos muy cómodos. La maestra tenía su propio escritorio. Cerca de ella estaba el pizarrón. Por todas pares se notaba orden y limpieza. Las hermanas religiosas eran muy estrictas en eso”, enfatiza.
Y agrega en un susurro cargado de tristeza: “Nosotros estábamos contentos. La maestra nos explicaba las lecciones, nos enseña muchas cosas y nos trataba muy bien, con severidad, es cierto, pero muy bien. Después de estudiar, y en el tiempo destinado al recreo, salíamos al patio para correr, saltar, jugar y, a veces, para hacer ejercicios gimnásticos. Me agradaba mucho asistir a la escuela”.
“Fueron días inolvidables de mi vida”, afirma el abuelo Juan. “Nunca los pude olvidar. Pese a que partí muy joven de la colonia rumbo a la Capital Federal. Quería otra vida. Buscaba otra cosa sin darme cuenta que dejaba todo aquí”.

El abuelo que busca el perdón

El anciano sabía mirar. Tenía ojos de iris profundos, que veían más allá de las simples palabras y los gestos. No preguntó nada durante la entrevista, solamente habló, como en un acto de catarsis, como quien encuentra, por fin, el momento y el lugar exactos que tanto buscó para desahogarse. Y se desahogó. Lloró silenciosamente. Y se marchó como vino: dejando en el ambiente un dejo de tristeza y una historia inverosímil grabada en la mente de quien escribe estas líneas.

Dijo llamarse Nicolás Evaristo D. (mostró su documento para confirmar la identidad). Ochenta años cumplidos. Viudo. Seis hijos radicados en distintos puntos del país. Jubilado ferroviario. “Croto moderno por elección”, se calificó al decir que pasaba el tiempo viajando sin rumbo. Tenía pruebas de ello: sacó, de un bolso, fotografías que mostraban decenas de lugares que visitó en los últimos años. “Viajo porque no tengo hogar ni sitio al cual regresar”, agregó. “Tampoco me importa”.
Lo observé contar su historia sorprendido. No hacía falta interrogarlo: hablaba como para sí mismo, como quien se sienta frente a un psicólogo para realizar su catarsis habitual. A medida que las palabras brotaban, la mirada se profundizaba, hundiéndose cada vez más en el alma, adquiriendo un penetrante tono celeste.
“Volví a la colonia para apagar el fuego de mis recuerdos” –prosiguió contando-, me queman el corazón como un incendio. Lo devoran. Ya no soporto más… Pero…” –hizo una pausa, sollozó-, todo cambió. Ya no hay a quién pedirle perdón. Esperé demasiado tiempo para regresar”.
Lo miré intrigado.
“Maté a una persona”, reveló con acongojada crudeza. “Fue un accidente. Fue durante una pelea. Por amor. Por eso me tuve que ir. Escapé con ella”. Escondió el rostro entre las manos. “¡Qué horror! ¡Pagué durante toda mi vida ese tremendo error! Ni siquiera la amaba. Ella salía con otro” –explicó. “Me gustaba; la seduje; el novio nos descubrió… y el resto… lo mismo de siempre: una injuria, una pelea, alguien que cae malherido y la inercia de las circunstancias que me llevó a actuar sin pensar. ¡Pensar!” –exclamó. “Ni siquiera sabía lo que sucedía. Lo único que recuerdo con claridad es que una persona, casi un amigo, cayó malherido; que salimos corriendo, ella y yo… que juntamos nuestras ropas y escapamos. Fue en el año ’50. ¡Una locura! Y lo irónico del destino es que no la amaba. ¡Ni siquiera la amaba!” –repitió con voz ronca y mirada arrepentida. “Vivimos la vida que merecimos vivir. No se puede construir un matrimonio feliz teniendo como cimiento la tumba de un hombre”.
No dije nada. ¿Qué decirle? ¿Qué disculpa inventar? Nada de lo que dijera aliviaría su alma atormentada. Ni siquiera le pregunté los nombres de los protagonistas. ¿Para qué? Ya es demasiado tarde para remediar nada. Y él lo sabía. Sólo buscaba desahogarse, hacer pública su culpa, obtener el perdón de la gente… gente que ya no vive, y los que viven no recuerdan el suceso. Además, y él lo sabe, lo que en realidad busca, es perdonarse a sí mismo. Y eso sólo depende de él, de él y de nadie más. Porque la infelicidad no alcanza para lavar pecados de juventud. Y el remordimiento tampoco.

lunes, 16 de junio de 2014

“Reflexionemos para aprender a vivir”

Por Majo Bohn

El sábado pasado, 14 del corriente, la Sala Bicentenario del Mercado Municipal de las Artes “Jorge Luis Borges” de Coronel Suárez fue el marco en el cual tuvo lugar la presentación del octavo libro del escritor suarense Julio Cesar Melchior: “Aprender a Vivir. Reflexiones para el Alma”.

El evento contó con la organización del Instituto Cultural de la Municipalidad de Coronel Suárez y la presentación del libro en cuestión estuvo a cargo de la escritora y amiga personal del autor, Graciela Schmidt Robilotta, y un número de público interesante.
Un material autobiográfico, por llamarlo de algún modo, al cual Melchior no nos tiene acostumbrados… por lo menos no de manera explícita. En el mismo el lector encontrará relatos, reflexiones y frases que derivan de la vida del autor; de las diferentes situaciones de vida por las cuales debió atravesar y en las cuales se descubrió totalmente expuesto, frente a la sociedad y la realidad. 
“Aprender a Vivir, Reflexiones para el Alma” es, como lo definió Julio Cesar, el puntapié inicial para contribuir a la “recuperación” y la auto revalorización de algunas almas que por determinadas circunstancias no logran ver la luz de la esperanza con la nitidez necesaria para salir adelante en la vida o resolver determinadas situaciones; sin llegar a convertirse en un material de autoayuda específicamente… Sino en uno que aporta a la vida del semejante a través del ejemplo. Y, generalmente, no hay nada más atractivo para el inconsciente y que el ejemplo.

Quien desee adquirir algún ejemplar, pueden ponerse en contacto a través de las distintas redes sociales con Julio Cesar Melchior

Julio César Melchior, un hombre a corazón abierto


Graciela Schmidt y Julio César Melchior,
en la presentación del libro del escritor
de Pueblo Santa María.
Fue presentado el libro ‘Aprender a vivir – Reflexiones para el alma’

El sábado, en la Sala Bicentenario del Mercado de las Artes ‘Jorge Luis Borges’, fue presentado el libro ‘Aprender a vivir – Reflexiones para el alma’, del escritor Julio César Melchior, del amigo de todos.
No fue una presentación más, sino que quien abrió su corazón pudo recibir el mensaje sencillo y claro de un hombre que lo ha sufrido todo, que sintió la mirada discriminadora de una sociedad exigente, un hombre que lo absorbió todo y lo transformó en fortaleza y sólo es de esperar que su aprendizaje pueda ser ejemplo para construir una coraza que nos ayude a mejorar como seres humanos.
La noche cultural comenzó con dos ejecutantes de chelo, que crearon un ambiente distendido e ideal para la presentación de un libro que es una reflexión en sí mismo. Ellas son Miqueas Quies y Luz Aguirre, alumnas del profesor Axel Rubiolo y que estuvieron asistidas por el director de la Escuela de Música, el maestro Ángel Schamberger.
Estuvo presente la titular del Instituto Cultural, Laura Schrom, quien puso en valor el aporte que Julio César Melchior le hace con su arte a la cultura suarense, ya que en sus anteriores libros apuntó al rescate y revalorización de la historia, cultura y tradiciones de los inmigrantes y descendientes de los alemanes del Volga, cuyas conclusiones fueron publicadas en diferentes medios culturales del país-
El concejal Claudio Holzmann entregó la resolución que declaró a la presentación del libro de interés municipal, mientras que Carlos Robein hizo lo propio con la provincial, que gestionó el diputado provincial Ricardo Moccero.
Luego, el dirigente Juan Hippener, acompañado por Hugo Schwab, entregó un presente al escritor en nombre del Club Germano y de la Asociación de Descendientes de Alemanes del Volga. Hippener dijo que “no es fácil amalgamar todo lo que ha hecho Julio César Melchior, a quien me une muchas vivencias desde hace muchos años. La historia es muy larga y lo cierto es que se merece muchísimo más que este homenaje” y mirándolo le pidió que “siga trabajando y les digo que a este hombre hay que acompañarlo toda la vida”.
En otro momento emotivo, Oscar Durand leyó una carta de su hermana, de Claudia, en donde manifestó que “hoy me toca comentarles el lindo vínculo que tengo con mi hermano, estoy muy emocionada. Estas palabras que escribí con mucho cariño son una sorpresa para él y quiero decirle que hoy estoy muy feliz de tenerlo como hermano, como compañero de trabajo, como amigo y consejero de vida”.
Finalmente, la presentación del libro en sí estuvo a cargo de Graciela Schmidt, amiga del escrito, quien con sentimiento y en momentos muy emocionada, dijo que “es un libro muy profundo, por eso voy a desarrollar alguna de las frases para que puedan tomar conciencia de la profundidad de la obra” y refirió que con el libro, que está dividido en siete capítulos, son reflexiones, obras cortas, todas producto de un largo camino recorrido por el autor”.
Schmidt comentó que “no lo quería editar, se lo quería guardar para él, porque son temas muy duros los abordados”, todos extraídos de las vivencias de Julio César y resaltó que “con el apoyo de María Rosa, su pareja, que le dio mucha fuerza, se decidió a publicar”.
Indicó que “este libro tiene que ver con una adaptación muy fuerte de Julio César a los cambios, tuvo que aprender a adaptarse para poder sobrevivir… se adaptó a los nuevos paradigmas sociales”.
“Esta forma que encontró para comunicarse habla muy bien de su poder de adaptación a los nuevos paradigmas que nos impone la sociedad moderna, algunas veces crueles y otras beneficiosos”, dijo Graciela Schmidt, quien añadió que “no es casual que Julio sea un libre pensador y haya salido de una comunidad sumamente ortodoxa, estas son las maravillas a las que nos tiene acostumbradas”.
En otro momento de su alocución, Graciela Schmidt dijo que “parece simple, pero cuando dice sobreviví quiere decir que también pudo haber muerto y escribió que ‘estoy aquí para demostrar que se puede, que a pesar de todo se puede’. Pero como lo dice el lector, lo hace de una forma imperativa, como una orden, porque él salió de eso y quieren que todos salgan de su karma”.
En el final, dijo que “de hecho muchos refranes y pensamientos incluidos en el libro son producto de encuentros con personas, de gente que le iba a pedir ayuda a Julio” y señaló que “una de los mayores logros fue adaptarse y como a todos le quedan tres caminos: adaptarse, emigrar o morir. Por lo tanto, el proceso de adaptación le salvó la vida”.
Graciela Schmidt dijo que “detrás de cada línea escrita hay algo muy importante y cada palabra está elegida muy especialmente, trata temas durísimos”.
En el final, recordó que la primera vez que le presentó la obra se detuvo en el capítulo que se titula ‘Claves para que no te consideren discapacitado’ y allí el autor expresa que “eres lo que muestras, lo que los demás ven, por lo tanto se tu alma, tu conciencia, se tu mismo, si deseas que te respeten y te amen. Ocultarse es el principio general de la discriminación, porque es imposible que los demás te respeten y te amen si tú no lo haces primero…”.
Con la carga que genera que lo escrito lo diga Julio César Melchior, la presentadora dijo que “los pensamientos en masa llevan al horror, traten de ser libres pensadores, de ser sus propios sacerdotes, de acariciarse ustedes mismos, porque el pensamiento en masa lo hubiera llevado a Julio, poco tiempo atrás, a estar encerrado en un gallinero o granero, por vergüenza, como todos ustedes saben que sucedía; poco tiempo atrás hubiera estado encadenado en una plaza, como un bufón, para que todos se burlen y poco tiempo atrás, mi querido amigo hubiera sido otro Jorobado de Notre Dame y sin embargo hoy estamos acá orgullosos y aplaudiéndolo”.
Y claro que lo aplaudieron, más aún cuando al cerrar el encuentro cultural, el autor agradeció el acompañamiento y dijo que “esos momentos me sirvió para darme cuenta y para entender que hay momento que creemos no tener nada y lo tenemos todo y cuando digo todo digo lo suficiente para salir adelante, con fuerza de voluntad, para así concretar los sueños que tengamos”.

Julio Cesar Melchior presentó su libro “Aprender a vivir, reflexiones para el alma”


La propia historia de vida de un hombre que hoy en la plenitud de su vida encuentra el amor y la realización personal a través de la literatura. Fue la escritora Graciela Schmidt Robilotta la encargada de leer párrafos del nuevo ejemplar y de destacar la superación personal y de qué manera enfrentó y se sobrepuso a los obstáculos.

Llegó el gran día, Julio Cesar Melchior, el desatacado escritor del Pueblo Santa Maria, presentó el sábado pasado su libro “Aprender a vivir, reflexiones para el alma” con un acto cultural que contó con el patrocinio del Instituto Cultural de la Municipalidad de Coronel Suárez.
Su Presidenta Laura Schrohn brindó calidas palabras de bienvenida para luego iniciarse el acto propiamente dicho, donde Julio Cesar Melchior presentó el octavo libro de su autoría, el cual está dividido en varios capítulos, ya que es una obra literaria que no pertenece a sus pensamientos habituales, porque las anteriores ediciones siempre estuvieron vinculadas con investigaciones sobre la historia y las costumbres de los alemanes del Volga.
Este libro tiene breves reflexiones donde hacen alusión a la superación, el creer en uno mismo, de qué manera se fueron superando cada uno de los obstáculos que en sus 48 años de vida debió sortear, los sufrimientos, su discapacidad, hasta que en 1993 comenzó a publicar y consolidó lo que hasta ahora es una parte fundamental de su vida, su crecimiento personal, la trascendencia local, regional y nacional, todo ello a través de la expresión literaria donde se ganó un espacio en su propio pueblo primero y después la trascendencia.
Hasta que llegó inclusive el amor, lo que cambia sustancialmente y fortalece una trayectoria exitosa, dejando atrás una historia de vida donde dolores, tristezas, pasiones, fueron cabalmente reconocidas hasta lograr la superación, por eso “Aprender a vivir, reflexiones para el alma”, un libro que tiene que ver con las distintas etapas del autor en las cuales uno acentúa el propio análisis que ha hecho Julio al ser entrevistado por La Nueva Radio Suárez el sábado pasado en los “Pueblos Alemanes y su gente”, donde señalaba que “uno muchas veces cree que no tiene nada, pero sin embargo no se da cuenta que lo tiene todo, o por lo menos tiene lo suficiente como para salir adelante y desarrollarse como persona”.
Nada mas apropiado resultó para la presentación oficial del libro contar con la presencia de la escritora Graciela Schmidt Robilotta, quien no solo formuló un análisis de la obra literaria con la lectura de algunos pasajes de su nuevo libro, sino que también reafirmó sus convicciones sobre la superación personal y la inmensa voluntad para afrontar las dificultades que la vida nos propone.
Ante un recinto colmado de la Sala Bicentenario del Mercado Municipal de las Artes, el acto formal de presentación se inició con palabras de bienvenida y emotivas de Laura Schrohn, Presidente del Instituto Cultural de la Municipalidad de Coronel Suárez y luego no faltaron la entrega de presentes por parte de la Asociación Descendientes de Alemanes del Volga y la Asociación Germano Argentina representadas por Juan Hippener y Hugo Schwab, mientras el concejal Claudio Holzmann entregó el Decreto del Concejo Deliberante sobre la declaración de interés Municipal la presentación del libro y por otra parte un instrumento similar se le hizo llegar al escritor por parte del concejal Carlos Robein ya que en el orden legislativo Ricardo Moccero presentó una adhesión similar.
Se leyó una carta de su hermana Claudia Melchior quien le hizo entrega de un presente recordatorio de este momento inolvidable y se paso a compartir el acto que fue seguido atentamente por numerosos asistentes, entre ellos, referentes de la cultura local y del Pueblo Santa María encabezados por el Delegado Municipal Jorge Gregorio Streintenberger y la Bibliotecaria Patricia Mellinger, entre otros.
Julio cerró el encuentro con emocionadas palabras, firmó ejemplares de su libro, se presentó en la apertura una representación de la Escuela Municipal de Música con dos excelentes ejecutantes de Chelo mientras quedaron flotando en el aire algunas frases de la introducción del propio escritor al afirmar que “Esta obra nació desde el alma y para el alma. Es una obra para leer con el corazón y los sentidos a flor de piel. Para disfrutar, reír, llorar y aprender. Para reencontrarnos con nosotros mismos y volver a ser felices con lo que somos y tenemos. Para Volver a tener sueños y creer en el amor. Para entender quiénes somos y para que estamos en esta bendita tierra”.

viernes, 13 de junio de 2014

¡Te extraño, pueblo querido!

Recorrí la colonia soñando sueños que un día soñé y con los años fui perdiendo por las calles de la vida, como un enamorado que regresa a su primer amor con las manos vacías y el corazón destrozado, para descubrir que ella es feliz y yo sigo estando solo, buscando mi destino.
Vi las viviendas en dónde otrora vivían los Schroh, los Schwerdt, los Schwab, los Denk… Recordé con melancolía las casas que ya no están. Lloré los seres queridos y amigos que murieron y los que me ven pasar y no me recuerdan.
Los años no transcurrieron en vano –dice Conrado Suppes, amigo de mi infancia. La colonia ya no es la misma como no es la misma la gente que vive en ella. Tampoco las costumbres y las tradiciones son las mismas. Ya no están el horno de barro ni la cocina a leña; no existen el patio grande ni la huerta; ni los carros tirados por caballos; ni el lechero, ni el panadero, ni el carnicero recorriendo las calles con sus pregones. ¡Tampoco están las hermanas religiosas! Los cuartos de las monjas están vacíos: nadie murmura plegarias ni hace penitencias. La casa parroquial huele a soledad y olvido. La congregación dejó a Jesucristo clavado en la pared, esperando una espera inútil: las vocaciones religiosas no alcanzan para estar presente en tanto pueblo alemán del Volga fundado en la vasta  tierra Argentina.

Crecí a la luz de la lámpara a kerosén

Crecí a la luz de la lámpara a kerosén. Su lumbre ilumina mis recuerdos como una estrella perenne que brilla en mi memoria. Veo a mi madre tejiendo medias en las largas noches de invierno; a mi padre leyendo la Biblia; a mis hermanos haciendo la tarea de la escuela… como en un sueño que soñé y en el que fui muy feliz; pero ya no existe ni volveré a soñar. Porque mis padres murieron hace años y yo dejé de ser un niño el día que descubrí qué cosa es la muerte de un ser amado.

jueves, 12 de junio de 2014

Julio César Melchior y sus “Reflexiones para el alma”


Un libro a través del cual se puede aprender a vivir.

El escritor del Pueblo Santa María tiene 48 años de edad y en el año 1993 comenzó a publicar, consolidó lo que es ahora una parte fundamental de su vida, la expresión a través de las letras. 
Siempre fueron historias relacionadas con los alemanes del Volga, basándose en muchas ocasiones en entrevistas, por lo que su historia es única, original, porque tiene que ver con las vivencias individuales y familiares de las personas. 
Pero este libro es diferente. Hay mucho más de su propia historia de vida; de sus dolores, tristezas, pasiones, alegrías, hacerse cargo, reconocerse, superarse. Todo esto se puede encontrar en cada una de las reflexiones que las fue escribiendo a lo largo de los años y que hace tres años retomó bajo el aliento de su novia, sumó nuevas reflexiones y finalmente decidió publicar.
La presentación de este libro, el número 8 de su autoría, tiene lugar este sábado a partir de las 19:30 horas en la Sala Bicentenario del Mercado de las Artes.
“Aprender a vivir, Reflexiones para el alma” está dividido en varios capítulos, donde su autor espera el momento de la presentación “con mucha ansiedad, porque sale fuera del contexto de lo que es mi literatura habitual” dice ante la consulta, refiriéndose que todos los otros “han tenido que ver con investigaciones sobre toda la parte histórica de los alemanes del Volga. Y si bien uno le vuelca su alma y su pensamiento, no es tan personal como este libro, que tiene que ver con la vida intima de uno”.
El libro consta de reflexiones cortas que tienen que ver con distintas etapas de cada uno, por ejemplo, “la superación, el creer en uno mismo, el amor, el superar los obstáculos. Hay también algunas sorpresas, que no menciono ahora, sino que me las reservo para cuando salga a la luz el libro”, dice el autor.
Consultado en torno a sus tristezas, alegrías, sus sentimientos, sobre si se ha sentido amado, Julio César responde que “he estado pensando y hacía este análisis: uno muchas veces cree que no tiene nada, pero sin embargo no se da cuenta que lo tiene todo o tiene lo suficiente como para salir adelante y desarrollarse como persona”.
Entonces reflexiona: “a mí me pasó eso, en algún momento sentí que no tenía nada y no tenía a nadie. No me daba cuenta que tenía a mi hermana Claudia, a mis padres, que me ayudaron siempre mucho. En cuanto al sufrimiento tuve una etapa muy complicada. Con algún acontecimiento que me hicieron vivir algunas otras personas, pero lo enfoco más desde el lado que yo permití que eso sucediera. La sociedad tiene ciertos paradigmas, ciertos tópicos, muchos prejuicios, pero también está en uno el enfrentarlos y sobreponerse. A mí me costó mucho aprender eso, y la literatura fue un camino para lograrlo. He aprendido que si uno mismo no cree en sí ¿cómo los demás van a creer en uno?”.
Reflexiones de quien ha vivido, como todos, alegrías y tristezas y ha aprendido que no se puede dar lo que interiormente no se es, por lo que llevó adelante un laborioso proceso de construcción de sí mismo.
La presentación del 8vo libro de Julio César Melchior en la Sala Bicentenario este sábado a las 19:30 horas, con entrada libre y gratuita.

martes, 10 de junio de 2014

Julio Cesar Melchior presentará su nuevo libro “Aprender a vivir, reflexiones para el alma”

En el acto cultural de este sábado será la escritora Graciela Schmidt Robilott a quien formulará un análisis de la obra literaria y la lectura de algunas páginas de la obra. También disertará poniendo énfasis en la superación personal del escritor que, desde niño, se vio enfrentado a dificultades que lo pusieron ante pruebas muy difíciles que, con valor, voluntad, fe en sí mismo y el apoyo de su familia, logró superar.


La artista está en plena tarea de preparación de lo que será la presentación del nuevo libro del escritor Julio César Melchior, que se llevará a cabo este sábado a las 19:30 hs. en la Sala Bicentenario del Mercado Municipal de las Artes Jorge Luis Borges, en un acto organizado por el Instituto Cultural de la Municipalidad de Coronel Suárez.
La escritora Graciela Schmidt Robilotta, amiga del escritor, valora especialmente esta nueva obra, titulada “Aprender a vivir, reflexiones para el alma”, porque en ella el escritor suarense revela aspectos personales de su vida: vivencias, experiencias, tristezas, alegrías: un universo de palabras que dejan al desnudo su alma y la acerca a los lectores que encontrarán en este nuevo libro, su octavo hijo literario, los lineamientos para conocerse a sí mismo y desarrollarse como personas.

lunes, 9 de junio de 2014

El sábado se presentará el nuevo libro del escritor Julio César Melchior

El evento tendrá lugar el sábado, a las 19:30 hs., en la Sala Bicentenario del Mercado de las Artes Jorge Luis Borges, y estará organizado por el Instituto Cultural de la Municipalidad de Coronel Suárez. La nueva obra lleva por título Aprender a vivir, reflexiones para el alma, y la presentación estará a cargo de la escritora Graciela Schmidt Robilotta.

domingo, 8 de junio de 2014

Receta de Dünne Kuche o Riwwel Kuchen de la abuela Rosa Suaer de Graff

 Ingredientes para la masa:
1 Kilo de harina
2 cucharadas de levadura
1/2 litro leche rebajada con agua tibia
4 yemas de huevos
3 cucharadas de crema
100 gramos de manteca
8 cucharadas de azúcar
1 pizca de sal

Ingredientes para los Riwwel:
200 grs. de crema
2 yemas
150 gramos de manteca
3 cucharadas de harina
6 cucharadas de azúcar

Preparación:
Poner en un bol la harina, la levadura, las yemas, la sal y de a poco la leche mezclada con agua tibia. Mezclar todos los ingredientes hasta obtener una masa liviana. Dejar levar y luego volcar a la asadera; dejar levar nuevamente.
Los Riwwel se elaboran en una sartén con los 200 grs. de crema, las 2 yemas, los 150 grs. de manteca, las 3 cucharadas de harina y las cucharadas de azúcar.
Los Riwwel se colocan sobre la masa antes de llevarla a hornear.

viernes, 6 de junio de 2014

Iglesia de Pueblo San José: Un lugar para el recogimiento espiritual y para disfrutar de su gran belleza arquitectónica


Los emotivos relatos de Manuel Ángel Valea. “Aquí tenemos elementos que en su momento tuvieron un valor pecuniario, pero para los que somos habitantes de este pueblo es el valor de la ofrenda que hicieron nuestros antepasados”.

Manuel Ángel Valea no es oriundo de Pueblo San José y su apellido lo denuncia, pero fue a vivir a la segunda Colonia Alemana siendo muy chico, acompañando a sus padres que tenían expendio de frutas y de verduras en ese lugar. 
Pero adoptó a este pueblo como su hogar, aprendió a quererlo y a conocer cada una de sus tradiciones, sus costumbres y por supuesto su historia. 
En su casa, en su biblioteca personal, guarda valiosos documentos y libros que dan cuenta de detalles, historias, relatos que tienen que ver con la vida de los tres Pueblos Alemanes.
Don Manuel Valea será el guía en una recorrida que para este domingo propone la Liga de Madres de Familia a la Iglesia de Pueblo San José.
Por eso La Nueva Radio Suárez lo entrevistó para conocer algunos de los detalles y secretos que guarda ese templo parroquial.
“Tenemos la enorme alegría de tener un templo que aparte de ser la casa del Señor, donde vamos a ofrecerle nuestro reconocimiento y a pedirle por nuestras cuestiones, en este lugar se da una circunstancia muy especial: todo esto que tenemos hoy –la tercer iglesia en el desarrollo de la vida religiosa de San José- está hecha con el esfuerzo de toda la comunidad. Como diciéndole al mundo que iglesia somos todos. Aquí se han conjugado varias cosas: que ese esfuerzo se transfirió a una belleza no suntuosa. Si uno va los días de sol, en cuanto entre a la Iglesia se puede apreciar la conjunción de los distintos colores de los vitrales, se puede disfrutar de una paz que a uno lo invade, dando ganas de seguir en el lugar, orándole a Jesús y agradeciéndole por todo lo que nos da”.
Agrega Manuel Valea que “aquí tenemos elementos que en su momento tuvieron un valor pecuniario, pero para los que somos habitantes de este pueblo es el valor de la ofrenda que hicieron nuestros antepasados”.
Recuerda “Nene” que el Altar fue traído de Italia, que los bancos y las puertas fueron hechos por un carpintero de San José.
Cuenta entonces que “cada familia donó un vitral que fueron traídos del exterior y sus nombres figuran al pie de cada uno de ellos. Y lo que tendría que ser mármol y cemento se trata de pintura que surgió bajo la creación de un habilidoso pintor. Además de dibujar las líneas que tiene el cemento, se puede descubrir el rostro de Jesús –uno mirando a la gente, el otro hacia el cielo, en gesto de oración o de súplica a Dios-, también una de sus manos, crispadas por el clavo que lo sujetó a la cruz; también el rostro adusto del Padre Charles. Y en una de esas columnas también el nombre de quien el pintor amaba, Imelda, en los años en que se construyó la Iglesia una jovencita de San José, cuyos padres no permitieron esa relación amorosa. 
Y en los atuendos del mendigo que están en una de las naves laterales un número apenas perceptible, 26, que era el número de las ropas que tenía el Padre Charles en el seminario. Es que el pintor había dibujado al hombre sin ropas y el sacerdote lo obligó a pintarle un atuendo.
Secretos, detalles, historia que Manuel Valea irá contando este domingo a quienes participen de la recorrida por la Iglesia de Pueblo San José.