La casa está vacía. Vacía de personas
pero llena de recuerdos. Ya no están mamá ni papá ni mis hermanos, es cierto,
pero están los muebles y en cada mueble grabado un recuerdo. Allí, en esa
silla, mamá pasaba las largas noches de invierno tejiendo medias de lana y en
aquel banco papá leía la Biblia en voz alta, para que todos escucháramos la
palabra de Dios. Y en ese banco largo, junto a la pared, sentados dos de mis
hermanos pequeños.
No, la casa no está vacía. Está llena de
recuerdos. En ella palpita mi pasado. Es un corazón que late al compás de mi
memoria. Y mientras camino por sus habitaciones, recorriendo cada lugar, mi
mirada se encuentra con vestigios de un ayer del cual formé parte. Y caminando
hacia el pasado, me encuentro a mí mismo.
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