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martes, 25 de agosto de 2015

ADALBERTO, EL MAGO DEL ACORDEÓN

Por Leandro Vesco - Fuente: Fabio Robilotte - Fotos: Martín Gavio
 
Adalberto Ruppel vive en San Miguel Arcángel, es uno de los últimos hombres en la Provincia de Buenos Aires que arregla acordeones. Instrumento que además toca y colecciona. Su taller es un recinto encantado donde conviven miles de piezas, recuerdos y donde la música puede habitar con total libertad. Conocé la historia de este hombre que dedicó toda su vida al acordeón.

Como las mujeres, lo peor que le puede pasar a un acordeón para que suene mal, es que lo dejes de tocar. Así resume Adalberto Ruppel la clave para mantener a punto este instrumento que los alemanes trajeron a nuestro país y que marcó nuestra música nacional. Como aquellos hombres que ya no se fabrican más, Adalberto aprendió solo a hacer todo lo que ha hecho en su vida. “Antes sólo tenías que mirar, no había cursos o talleres. Mirabas y aprendías” En un mundo cada vez más tecnificado, su oficio está en extinción: arregla acordeones y, más que eso, los quiere como si fueran seres vivos. Es uno de los mayores coleccionistas de este instrumento de la Provincia de Buenos Aires, y uno de los últimos que quedan vivos que los arregla.
Vive en San Miguel Arcángel, un plácido y aislado pueblo de la pampa profunda bonaerense donde el viento trae murmullos de aves y algunos espejos de agua contienen a esta comarca de 700 habitantes que viven en un entorno natural tranquilo y bello. Sus calles tienen el encanto de las veredas arboladas con sombras refrescantes y una avenida central por donde pasa la dinámica del pueblo, varios almacenes, un histórico boliche de campo y una inmaculada iglesia más el hidalgo antecedente de que todo lo que se hizo acá, fue con el sudor de la frente de aquellos alemanes pioneros que se animaran al desierto, y que eligieron este ignoto punto en el mapa de nuestra provincia, alejado de todo para conservar sus raíces y tradiciones. San Miguel tuvo la oportunidad de tener estación de tren, pero aquellos hombres rudos decidieron quedarse solos y hacer allí su mundo. Este mundo es hoy el pueblo de Adalberto Ruppel, uno de los últimos arregladores de acordeones, una estirpe que se va perdiendo en el tiempo.
Su taller tiene la magia de un claustro hecho para que los artilugios con hechizo muestren sus secretos en complicidad con el demiurgo que los desarma y arregla. Su amor por el acordeón comenzó en su niñez “Entonces en cada casa había un acordeón y cada encuentro familiar terminaba con música, la música estaba presente todos los días” Aprendió viendo tocar a su tío y luego llevándole el tranco a su padre. Por aquel entonces todo tenía olor a gesta. “Mi abuelo trabajó en el primer molino del pueblo. Lo hicieron ellos mismos y había varias panaderías, también más de ocho boliches” Rodeado de pequeñas acordeones de todas las épocas, su colección asombra. “Aquel tiene más de 100 años, aquel es de la primera guerra y aquellos de la segunda guerra”, comenta con emoción. Todos funcionan y Adalberto se encarga de que la música siga fluyendo por esos fuelles legendarios.
“Cada acordeón tiene entre 7.000 y 9.000 piezas. Yo tengo que desarmar el instrumento, ver la falla y volver a armarlo” Este trabajo artesanal requiere de una paciencia extraterrena. “Me apasiona, he arregaldo miles de acordeones pero si me preguntás qué es lo que tienen de especial, es que ninguno es igual al otro. Cada acordeón es único y por eso hay que tratarlos de un modo especial” En sus años mozos integró un conjunto con el que recorrió toda la región, “Y hasta viajamos a Buenos Aires, haciendo música, nos hacíamos llamar Los Yomers” Adalberto, tiene una mirada profunda y una agilidad de niño inquieto en sus manos. Fue Delegado de su pueblo, entre mil trabajos que lo han convertido en una figura querida y respetada. “Además manejo el sistema de televisión por cable del pueblo”, dice como si fuera una cosa al pasar. Pero nunca deja de mirar sus acordeones, allí está su tesoro y su legado. “A veces regalo uno, y es como si ragalara parte de mí”.
Historias que esconden nuestro interior, esta Argentina fecunda y fértil en valores humanos que hacen de nuestro país, una nación de hombres sensibles y trabajadores. Si el Ángel de la Música camina por San Miguel, seguro duerme en el taller de Adalberto, el mago de los acordeones.

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