Llovía. Las
calles de la colonia eran un fangal. Los carros se desplazaban arrastrados por
los caballos como si fueran de plomo, el barro los detenía a cada paso. Los
hombres, sentados en el pescante, con
las riendas sujetas en las manos congeladas, titiritaban de frío. Era invierno.
Anochecía. Los colonos regresaban a sus hogares. No era tarea sencilla labrar
la tierra virgen y fundar un pueblo. Era necesario saber de todo. Y todo
escaseaba. Era una vida dura y difícil; pero no por ello dejaba de ser una vida
feliz.
Los colonos
trabajaban cantando… Se enfrentaban a los problemas rezando… Siempre lograban salir
adelante. Pese a todo y contra todo. Nunca bajaban los brazos ni se daban por
derrotados. Sembraban y el trigo nacía. Edificaban y las viviendas se
levantaban por doquiera. Se formaban nuevas parejas; nacías nuevos hijos; el
pueblo crecía; y el campo florecía dando frutos. Nada les resultaba imposible.
Absolutamente nada.
Hoy, sus
descendientes, sabemos que tuvieron razón en no claudicar, en no darse por
vencidos. Las colonias y aldeas, así
lo demuestran. Las localidades fundadas por ellos son uno de sus legados más grande y hermoso. ¡Loados
sean nuestros ancestros!
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