Rescata

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jueves, 30 de enero de 2014

¡Padre, padre, soy famoso, soy famoso!

-¡Soy famoso! ¡Soy famoso! -ingresó a los gritos en la casa paterna el pequeño Hans Peter, de unos dieciocho años, después de una semana de faltar de su hogar. Etapa en la que sus padres lo esperaron con angustia y desesperación temiendo que se hubiera marchado lejos como tantos hijos de las colonias en busca de mejores condiciones de trabajo. -Ustedes nunca se enteran de nada. Claro, jamás leen el diario, cómo se van a enterar de las grandes novedades que suceden en el mundo.  Su hijo se vuelve famoso de un día para el otro y ustedes como si nada, sentados, tomando la sopa, almorzando. Parece que nada les interesa de mí. Ni siquiera mis hermanos que están ahí, mirándome con la boca abierta y desconcertados. Son animales amaestrados y  conformistas con su vida diaria, monótona y trivial, conviviendo con caballos, vacas en el medio del campo.
El padre levantó la vista del plato de sopa, herido en su orgullo más íntimo. La familia entera, madre y ocho hermanos, lo observaron estupefactos ante tamaña afirmación.
-¿Y desde cuándo sabés leer? -preguntó el padre ofendido con las palabras de su hijo y porque le molestaba que le arruinaran el almuerzo con paparruchadas de la vida moderna y sus chismes sin importancia práctica.
-Eso no es importante -continúo Hans Peter. -No me venga con sermones. Ahora soy famoso, va a tener que respetarme. Y logré serlo a pesar de no saber leer ni escribir. El diario más importante de Coronel Suárez escribe sobre mí y publica una foto, en la misma edición en la que aparece el Presidente de la República Argentina. ¡Vea que orgullo, padre! No cualquiera tiene un hijo tan famoso. ¡Ni yo mismo lo puedo creer todavía!
-¡Dame el diario! -se lo arrebata bruscamente el padre, calzándose los anteojos. En su cabeza de ideas prácticas no cabía el delirio que dibujaba ante sus ojos su hijo. Lo juzgaba demasiado estúpido para alcanzar la fama de la noche a la mañana y menos aún una persona con una personalidad interesante que valiera la pena ser publicado en el periódico.
-¡Lea, lea, padre! Y hágalo en voz alta para qu e escuchen mamá y mis hermanos. Que todos sepan de mi fama. ¡Todos! ¡El pueblo entero debe enterarse que tiene un hijo famoso!
“En el día de la fecha -comienza a leer el padre- Hans Peter..., oriundo de la Colonia..., fue detenido por una comisión policial por causar desorden en la vía pública y por desacato a la autoridad, resistiéndose al arresto en total estado de ebriedad. -El padre levanta la vista y recién ahí descubre los moretones que tiene su hijo en la cara y el estado desastroso en que está la ropa que viste. Obvia decir que comenzó a bufar como un toro furioso. Pero se contuvo lo suficiente para seguir leyendo. - Reducido por la comisión policial, luego de un arduo despliegue ante la resistencia del reo, éste fue conducido a la comisaria, donde pasó la noche hasta que fue puesto en libertad. Actuando como garantía su abuelo, hombre probo y de intachable conducta”.
El padre volvió a levantar la mirada, esta vez con los ojos rojos de rabia, enojado. Bullía de bronca y de ganas de lavar semejante oprobio social.
Sin decir nada, volvió a bajar la mirada, pensativo. Pero de pronto, sin mediar palabra, se puso de pie de un salto, cinturón en mano, arrojando el plato de sopa y la silla por los aires, dispuesto a darle una paliza que su hijo no iba a olvidar jamás. 

Lecturas que leían los abuelos en la escuela primaria

Las riquezas del hombre

Un hombre, descontento de su suerte, exclamó:
-¡Los demás son ricos y yo no tengo nada! ¿Cómo puedo vivir así?
Un anciano oyó sus palabras y le dijo:
-¿Eres tú tan pobre como crees? ¿N tienes la juventud y la salud?
-No digo que no, y puedo estar orgulloso de mi fuerza y mi juventud.
El viejo tomó entonces la mano derecha de aquel hombre y le preguntó:
-¿Te dejarías cortar esta mano por mil pesos?
-No, indudablemente que no.
-¿Y la izquierda?
-Tampoco.
-¿Consentirías en quedar ciego por diez mil pesos?
-¡Dios me libre de ello! NO daría ni un ojo por todo el dinero del mundo!
-Ya ves –agregó el anciano- ¡cuánta riqueza tienes! y sin embargo te quejas. Pero no olvides que llevas en tu alma un tesoro inagotable: la voluntad, que te dará cuanto le pidas si la pones al servicio de la razón, de la bondad, de la justicia, de la solidaridad y del trabajo útil.

Moraleja: No busques la felicidad muy lejos. A menudo la hallarás en ti mismo y a tu alrededor.

(Fuente: Trabajo. Nuevo método de lectura expresiva y lectura para uso de las escuelas primarias y de adultos. Autor: José H. Figueira. –Adaptación de un relato de León Tolstoi-)

Recetas de dulces caseros de nuestras abuelas alemanes del Volga

“Durante el estío las abuelas trabajaban elaborando dulces para el invierno. Las huertas con sus hortalizas y sus frutales producían que daba asombro verlas. Como también causaba admiración ver a las abuelas, en pleno calor del verano, paradas junto a las cocinas a leña revolviendo el contenido de inmensas cacerolas donde cocinaban todo tipo de dulces. La variedad de recetas era increíble. Los sótanos y las despensas se atiborraban de frascos llenos de dulces de frutas y hortalizas, produciendo un colorido digno del mejor jardín, un jardín que se sembraba para el invierno”.

Dulce de ciruela

Ingredientes:
- 1 kilo de fruta
- 800 gramos de azúcar
Preparación:
Se corta la fruta en trozos y se pone a hervir hasta que se convierta en puré. Colar. Poner a hervir nuevamente y agregar el azúcar. Dejar cocer hasta que la preparación se espese, revolviendo cada tanto con la cuchara.

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Dulce de higo

Ingredientes:
- 1 kg. de higos no muy maduros
- 3/4 kilo de azúcar

Preparación:
Pele los higos. Haga un almíbar medio y retire del fuego. Agregue la fruta entera y deje reposar durante 5 minutos. Ponga todo al fuego hasta que los higos tomen un color cristalino. Ponga la fruta en un colador y haga hervir el almíbar hasta que quede más espeso. Vuelva a verter la fruta y deje hervir por 5 a 10 minutos a fuego alto. Vierta la preparación en frascos.

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Dulce de zapallo

Ingredientes:
- 1 kilo de zapallo
- 500 gramos de azúcar
- Agua
Preparación:
Hervir el zapallo y hacer un puré. Agregar el azúcar y llevar a fuego bajo sin dejar de revolver. Si es necesario agregarle un poquito de agua. Cuando se obtenga el punto de mermelada, retirar del fuego y dejar enfriar. Una vez frío, envasar.

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Dulce de tomate

Ingredientes:
- 1 kilo de tomates enteros
- Azúcar

Preparación:
Poner en una olla el contenido de los tomates y medir igual cantidad de azúcar y de agua. Hervir por una hora a fuego suave, hasta que adquiera la consistencia deseada.

Chistes que nos contaron los abuelos

Ach net Närrich
(Ni loco)

Por el año 1900 y pico, vivía en una de las colonias un paisano alemán que luego de arrear hacienda por esos caminos de Dios, y habiendo quedado sin trabajo no podía encontrar ocupación alguna. Su difícil situación no hallaba remedio y entonces decidió dirigirse a la Capital Federal con el propósito de ganarse unos pesos. A poco de bajar del tren alguien lo encaminó a una agencia de colocaciones, donde expuso, en un castellano plagado de palabras en dialecto, su deseo:
-Vengo a buscar un empleo…
-¿De qué clase? –le preguntó al alemán el encargado de la agencia.
-De cualquiera…
-¿Le vendría de jardinero?
-¿Dejar dinero? –entendió el alemán-. ¡Ach net Närrich! (Ni loco)… ¡Si lo que ando buscando es el modo de conseguirlo!

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Discusión después de un casamiento…

Cuentan en los bares de las colonias que una madrugada de invierno de 1940 regresan dos borrachos a sus hogares, después de haber bebido hasta más no poder en un casamiento que ya llevaba tres días de jolgorio. Uno se llamaba Joseph y el otro, Hans. Caminaban en zigzag, extraviados en la neblina del alcohol.
Hans se aferra a un poste y mira hacia el cielo.
-Mirá, esa es la luna –afirma.
-¡No! Ese es el sol –lo corrige Joseph.
-¡Pero no hombre!, esa es la luna –insiste Hans con voz pastosa y ánimo contrariado.
-¡Te digo que no! –se mantiene firme en su opinión Joseph mientras se sienta, colocando la palma de la mano en forma de visera para escrutar el cielo con más precisión. –¡Ese es el sol!
La discusión continúa hasta que deciden preguntarle a otro borracho que, igual que ellos, vuelve del mismo casamiento.
El borracho mira hacia el cielo. Analiza la pregunta. Piensa, reflexiona, y finalmente contesta:
-No sé, no soy de esta colonia.

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Mejor no hacer preguntas

Un colono ebrio hasta la locura, llora una pena de amor imposible, sentado en una de las esquinas de la calle ancha de la colonia. Llega corriendo el oficial de policía de la localidad, agitado y sudado por el esfuerzo realizado, y le pregunta imperioso, con el revólver en la mano:
-¿Viste a un tipo doblar la esquina?
El borracho lo mira. Se seca las lágrimas con el torso de la mano, suspira hondo, se concentra increíblemente, para responder:
-No sé... cuando llegué, la esquina ya estaba doblada.

lunes, 27 de enero de 2014

¿Cómo se vivía la niñez entre los alemanes del Volga de antaño?

Por José Brendel

“Parte vital del mundo infantil, era ser monaguillo. Para llegar a ese honor, había que pasar una serie de pruebas, ante el Padre y el Schulmeister. Una vez ingresado en el coro de los monaguillos, bulliciosa y eternamente despeinada grey al servicio del altar  —pues para dar salida a los cofrades, los días de fiesta se ayudaba hasta de a diez— había sus prioridades. Una de ellas muy importante, la representaba el incensario, cuya posesión se conquistaba a co­dazos, a falta de espacio para ulterioridades, y el encargado del fuego. Este último inspiraba marcada preferencia. Se podía estar afuera de la iglesia —en continuación moral con los oficios mien­tras allí la gente se moría de calor en las largas misas cantadas—, revoleando en un alambre el recipiente del fuego como una hon­da davídica, y aún quedaba tiempo para tirarle alguna piedra a las palomas imprudentes, que se acercaran a las cornisas...”.
                                                                                        
Los niños soñaban con ser monaguillos

La inocencia de los niños, es, al decir de los que saben, el re­flejo del hogar y de su medio ambiente. Mucho se ha escrito, y se escribirá aún, sobre cómo se debe educar a los niños, pero nun­ca los autores llegan a ponerse de acuerdo de una época a la otra, y a la postre resulta, que lo que ayer era sabia ley pedagógica, hoy es desechada y suplida por otra más moderna y psicológica, lo que al fin demuestra, que la anterior era mala, y la nueva es me­jor, cuando no, que ambas son malas, pues dentro de un tiempo serán sustituidas por otras.
Si hay algo que ha preocupado constantemente al género hu­mano, es la educación de sus niños. Pero por lo visto, aún no hay acuerdo en los métodos, debido unas veces, a que el autor del li­bro esconde cuidadosamente el fracaso en la educación de sus propios hijos y ensaya su sabiduría en los demás, o quien escribe, teoriza en el aire como una poesía, pues carece de hijos, y enton­ces resulta infinitamente más fácil el educarlos.
Yo no quiero, caro lector, agregar otro sistema más, pero sí, afirmo por propia experiencia de niño, que en la colonia, sin textos pedagógicos, y con la sola apli­cación de un profundo cristianismo y el cumplimiento exacto de los diez Mandamientos, existía un inocencia, casi incomprensible a la luz de los tiempos modernos.
Quizás alguien esboce una sonrisa, suponiendo que los chicos colonienses de aquellos tiempos heroicos eran tontos; ¡no! ¡Ni mucho menos! Eran como lo son, lo fueron y lo serán todos los ni­ños de la tierra, por el mero hecho de serlo; pero el hogar, la es­cuela, que era su continuación y la Iglesia que era su alma, obra­ban el milagro de una inocencia, sin abrir los ojos a la vida antes de tiempo, y bajo la mirada atenta del Padre, a través de las rejillas de su confesionario, el que hasta este momento ponía en práctica el sistema pedagógico más barato y eficiente.
Podemos imaginar, que no siempre los esposos estaban de acuerdo en todos los procedimientos y acontecimientos de la vi­da hogareña. ¿Pero cuál de los niños de la vieja colonia puede afirmar, haber visto discutir o pelear a sus padres en su presencia?
Recién mucho más tarde nos explicamos los niños de ayer, por qué, después de una reunión secreta en la Kleine Stube —sede habitual del comando familiar— salía nuestra madre secándose alguna lagrimilla: es que allí se había discutido un procedimiento, una influencia, o un método, como quizás tam­bién se había corregido un error.
La niñez, como pude comprobar por propia experiencia, era totalmente feliz. No había ambiciones de cosas imposibles, ni sueños irrealizables. Los juguetes como hoy se conciben, eran muy raros en esa época, lo que no quiere decir que los niños no tuvieran los suyos, fabricándoselos, y su tema siempre eran o máquinas de trillar o de segar, o carros de diversos tamaños . .. pero siempre "made in home" industria doméstica.
La posesión de dinero, era algo fuera de nuestro alcance. Los domingos y no todos, nuestra madre nos daba, después de mu­cho cargosear, diez centavos para caramelos ... y con diez cen­tavos en el bolsillo, un pibe coloniense se sentía más rico que Anchorena.
Recuerdo, que cierto año, habiendo vendido mi padre la cosecha, me compró un caballito, con música en una de sus ruedas de soporte. Valía un peso . . . pero para mi concepto financiero no se pagaba con un millón ... Lo guardaba en el ar­mario y sólo algunas veces en la semana, salía el caballito a dar una vuelta , ., detalles, que quizás no dicen nada . . . ; ¡pero me lo hubieran preguntado entonces!. ..
Parte vital del mundo infantil, era ser monaguillo.
Para llegar a ese honor, había que pasar una serie de pruebas, ante el Padre y el Schulmeister, que eso en realidad era lo de me­nos ... porque lo serio era el rito "piel roja" de los puños de los congéneres, ya que las plazas eran pocas y demasiados los candi­datos, y sobre todo para mí, demasiado grandes. Ante esa des­ventaja física, los pequeñitos nos hacíamos de un rebusque, para ponernos en igualdad de fuerzas: acudíamos a los Vorsteher, y con esa cuñita (¡criollos al fin!) vencíamos la resistencia.
Esa sotanita colorada costaba unas veces rabia, y otras trom­padas, chichones que se mantenían en secreto, y alguna lagrimilla sorbida en la pelea, de puro guapo.
Una vez ingresado en el coro de los monaguillos, bulliciosa y eternamente despeinada grey al servicio del altar, —pues para dar salida a los cofrades, los días de fiesta se ayudaba hasta de a diez— había sus prioridades. Una de ellas muy importante, la representaba el incensario, cuya posesión se conquistaba a co­dazos, a falta de espacio para ulterioridades, y el encargado del fuego. Este último inspiraba marcada preferencia. Se podía estar afuera de la iglesia —en continuación moral con los oficios mien­tras allí la gente se moría de calor en las largas misas cantadas—, revoleando en un alambre el recipiente del fuego como una hon­da davídica, y aún quedaba tiempo para tirarle alguna piedra a las palomas imprudentes, que se acercaran a las cornisas...
En ese tiempo, el fuego para el servicio del altar, no se pre­paraba en la Parroquia, sino que el monaguillo a cargo, todo de colorado, salía por el pueblo a buscárselo.
Era la hora más apropiada; las cocinas marchaban a todo tempo, alimentadas por la buena leña pampeana, y había brasas en abundancia. Pero, en vez de ir a requerir el elemento a las casas vecinas, de Leonhardt, Vogel o Bayer, que estaban frente a la iglesia, el monaguillo elegía la última casa de la villa, para cami­nar más lejos.
Uno recorría las calles dormidas de la colonia dominguera, sin un alma, hasta aparecer como peludo de regalo en la cocina de los Beratz, mostrando desde lejos el recipiente sagrado: Feuer! ¡Fuego!
Durante las Rogativas, en que se iba hasta las tres Cruces del campo, los niños marchaban adelante en formación y tomados de la mano, en dos bandas, varones y niñas. En medio caminaba Don Juan, todo lleno de de­voción. trasmitiendo por repetición hacia la grey infantil las Le­tanías de todos los Santos, para su contestación.
Los muchachos rezaban distraídamente, mientras sus ojos va­gaban por los campos vecinos, llevándose a cada rato algún pozo por delante. Entonces Don Juan intercalaba sabias advertencias en­tre las advocaciones: ¡San Matías... ruega por nosotros!... ¡San Pedro . . . chicos más hacia la alambrada! . . . ruega por nosotros ¡Santa Cecilia ... vean por donde caminan!... ruega por nos­otros! ¡San Andrés. . . mira infeliz qué has pisado!. . . ruega por nosotros!
Cuando desde el tiempo que pasó se repasan esos recuerdos, historia de un alma infantil, uno se sonríe con cierta añoranza y el corazón se ve desbordado de melancolía por una época que ya no retornará.

martes, 21 de enero de 2014

Hoy quiero volver a casa...


Quiero entrar por la puerta de siempre, la que se abre a todos mis recuerdos y a todo lo que un día sentí. Y a lo que un día fui.
Esa que al abrirla, te recibe con el olor familiar, el olor de antes, el de siempre. El que te envuelve y te hace volver atrás en el tiempo aun cuando estás con los ojos abiertos mirando detenidamente cómo ha cambiado todo desde la última vez que estuviste allí.
Y a ti te parece que fue ayer. Es posible detener el tiempo indefinidamente en el lugar exacto que nos hizo tan felices y no dejar que nada cambie en realidad. Porque cuando atraviesas la puerta de siempre, todo está como lo dejaste. Como tú has querido que permanezca.
Es algo tan cálido y reconfortante que te preguntas cómo es que has podido permanecer lejos tanto tiempo. Permanecer fuera de esas paredes donde te sientes protegida de todo y de todos, donde las penas se pasan con una taza de café caliente y los dolores se olvidan arropada con una manta frente a la cocina a leña. Donde siempre hace un calor agradable y todos los cojines son mullidos como nubes de algodón. 
Buscas ese lugar donde sabes que podrás estar en paz como en ningún otro y, sin quererlo, te das cuenta de que no tiene por qué ser un espacio físico.
Yo he querido volver a casa tantas veces, que a veces he olvidado cómo se llega hasta ella.
Y sin embargo hay algo que siempre me devuelve a mis raíces, a la auténtica esencia de mi ser. Es un algo imposible de explicar con palabras pero que puede encontrarse en un libro, un viejo jersey o una antigua taza de desayuno. Son los flashes de imágenes pasadas que vienen a mi cabeza una detrás de otra formando una película. Pero una película antigua, en blanco y negro. Con escenas a cámara lenta y risas resonando como eco de fondo, con sonidos que se van difuminando y terminan formando mis canciones favoritas.
Esas canciones de siempre, las de tu vida y tus recuerdos.
Y entonces me doy cuenta de que puedo estar rodeada de un millón de personas y seguir sintiéndome sola. Y que por muy lejos que me encuentre de mi lugar de origen, siempre sé cuál es el camino de vuelta hasta con los ojos cerrados, y el regreso se me pasa volando.
Porque hay momentos en que después de tanto vagar y caminar por la vida, sé cuando es el momento de volver a casa.

No somos nada (Historias de la vida cotidiana)

Ingresó al cuarto. Hizo la señal de la cruz. Tomó con la mano derecha el ramito de aromo del vaso con agua bendita y salpicó al difunto. Lo agitó de tal manera que mojó el rostro de la viuda que lloraba desconsolada al grito de “¿Por qué? ¿Por qué, Juan? ¿Por qué?”.
Juntó sus manos en actitud de santo apóstol y se paró a observar al muerto. Lo miró en detalle, fijamente, mientras su rostro se iba contrayendo en rictus dramáticos. Cuando se vio desbordado por la necesidad de expresar tanta congoja, se arrojó sobre el féretro gritando “¿Por qué, Dios, por qué?”

Hombre y ataúd cayeron ruidosamente al piso. Y al caer, el muerto salió despedido y el hombre terminó dentro de la caja.

Parto inesperado

Arrimó el Ford T lo más cerca que pudo a la puerta de la casa. Los gritos de la parturienta desgarraban el silencio de la madrugada.
Como pudo, forcejeando, sudando y vociferando insultos contra todos los santos del cielo y de la tierra, metió a su mujer en el automóvil.
Arrancó como un caballo brioso, a los tumbos y desbocado. Y como en una jineteada, tras perder las riendas del volante, terminó incrustado en una estiba de bolsas de trigo.
Todo fue uno. El estruendo del choque, las bolsas cayendo, el grito desesperado de la esposa, y el llanto desconcertado del bebé que nacía.

Die Kröte (El sapo)

Giftig bin ich nicht;
Kinder beiss’ ich nicht;
Wurzeln nag’ ich nicht;
nach Blumen frag’ ich nicht.
Würmlein und Schnecken,
Die lass’ ich mir schmecken.

Ich sitz’ in dunklen Ecken;
ich bin so arg bescheiden;
doch keiner kann mich leiden.
Das betrübt mich in meinem Sinn –
kann ich dafür, dass ich hässlich bin?

Johannes Trojan
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El sapo

Venenoso no soy.
Niños no muerdo.
Raíz todavía no soy.
Por flores no pregunto.
Gusanos y caracoles
degusto con placer.

Me siento en rincones oscuros.
Soy muy modesta.
Nadie me puede soportar.
Esto da vueltas en mi mente:
¿Puedo asegurar que soy fea?

Documento fotográfico inédito: La rueca a lo largo de los siglos

Son millones y millones las mujeres que, a lo largo de la historia de la humanidad, han hilado y luego tejido para sí mismas y los suyos, para emperadores, reyes y señores, ejércitos y sacerdotes; para vestir templos, palacios y castillos, conventos y cabañas. Anónimas mujeres que han hilado y tejido ropas y ajuares siguiendo patrones ancestrales.
Se tiene constancia de esta dedicación femenina en todas las culturas y civilizaciones de las que hay rastro, ya sea por el legado mitológico e iconográfico o por las herramientas, instrumentos y producciones que se han conservado. Y aquí rescatamos algunas imágenes que así lo demuestran:

Santa Isabel de Hungría  hilando para los pobres con un tipo de rueca llamada “de castillo”, que se utilizaba en el siglo XIII (Santa Isabel de Hungría nació el 7 de julio de 1207  y falleció: 17 de noviembre de 1231).
Mujer noble hilando en sus dependencias en la Edad Media.
Imagen que cuenta su propia historia.
Una tradición ancestral que sobrevive en la actualidad, en las manos de las nuevas generaciones.

La rueca: una herramienta de trabajo con historia milenaria

Mujer hilando lana en rueca tradicional mientras el hombre la acompaña cebando unos  mates (La fotografía refleja la historia cotidiana de las colonias en los tiempos de nuestros queridos abuelos).

Símbolo de los alemanes del Volga

Los pueblos germanos desarrollaron la hilandería desde muy antiguo y fueron ellos quienes llevaron los secretos de este arte a Roma. Nada más natural, pues, que la palabra germánica rukko, usada para designar la rueca, llegara al latín vulgar con las invasiones bárbaras o, tal vez, un poco antes. Los romanos adoptaron así el nombre rucca, que llegó al español hacia 1400 como rueca. Los alemanes del Volga llevaron consigo la rueca a las aldeas que fundaron en Rusia y posteriormente la trajeron consigo al emigrar a la Argentina. Tanto la utilizaron y desarrollaron el arte de hilado de lana, que la rueca es hoy un emblema de trabajo que identifica al pueblo de los alemanes del Volga.

Orígenes de la rueca

Mujer hilando lana hace varios siglos,
con la vestimenta de la época pero
 la típica rueca que utilizan todavía
hoy las mujeres alemanas del Volga.
Los orígenes de la rueca (aparato que permite obtener hilos resistentes, en el que la operaria hace girar una rueda sobre un bastidor uniendo las fibras cortas de lana en un largo hilo continuo, que se enrolla en el uso) se remontan a un instrumento conocido como Torno de hilar, desarrollado en la India alrededor del año 500 a. C. Este aparato fue introducido en Europa en la Edad Media, donde fue modificado su diseño y funcionamiento, dando origen a la rueca clásica, que acompañó las actividades de manufactura doméstica para el procesamiento de diversos tipos de fibras naturales.
En el s. XVI se empleaban dos tipos de ruecas: Jersey y Sajonia.
Los emigrantes germanos que emigraron a las márgenes del río Volga, en Rusia, a finales del siglo XVIII, la llevaron consigo, transformando el hilado de lana en una industria. Y la trajeron consigo cuando vinieron a la Argentina para instalarse en su nueva patria. Resultando que la rueca fue y es una tarea femenina que todavía se continúa utilizando en los pueblos alemanes del Volga. En la actualidad más que una industria, el hilado de lana en rueca es un arte que muy pocas mujeres conocen plenamente.

jueves, 9 de enero de 2014

Alicia Titler, un ejemplo de vida


En el año 2013, que acaba de pasar, se dio el gusto de terminar la escuela primaria. Tiene 76 años, una energía digna de ser imitada; es posible encontrarla cada uno de los días de la colonia de vacaciones de adultos, en la comparsa, colocándole nuevas lentejuelas a su traje para estos carnavales, cuidando a sus nietos, cuando se lo piden, y como si fuera poco terminó la primaria.

Era una materia que tenía pendiente, ya que en su momento, cuando era apenas una niña, debió dejar la escuela primaria para salir a trabajar, como se hacía en esos momentos, siendo niñera, ayudando en la crianza de otros niños, porque había que contribuir con la economía familiar en una casa donde había 4 hermanos más y en años en que no se consideraba imprescindible terminar los estudios primarios.
Luego vino la casa propia, los propios hijos y las vueltas de la vida, que van sumando otras obligaciones, compromisos, responsabilidades.
Hace un tiempo, ya adulta, cuando un grupo de docentes concurrió al Consejo de Adultos Mayores y propuso a los que lo tenían pendiente terminar la primaria, no lo dudó.
Así se transformó en una de las alumnas más aplicadas del grupo, terminaba los deberes en las horas de recreo o de descanso, recordó que le gustaba mucho las Matemáticas y la lectura, que en su niñez había sido algo difícil de sortear; ahora no le representó ningún problema y pudo superar ese escollo sin inconvenientes.
El 13 de diciembre pasado recibió el diploma en el acto protocolar que tuvo lugar para despedir a la promoción del Centro de Educación de Adultos que había cursado en las instalaciones de la Escuela Técnica. Tuvo el orgullo de que le entregara el diploma su maestra, Raquel Lázaro, y que estuviera muy cerca la que fuera su maestra de 3er grado, de cuando era niña, Elda Aletto. 
Alicia dice que se siente “muy orgullosa, muy feliz” del logro obtenido. “Sentí una emoción muy grande”. Por eso invita a todos los que tienen esto pendiente que no duden en aprovechar esta oportunidad de terminar la escuela.

miércoles, 8 de enero de 2014

“El día más feliz de mi vida fue cuando tuve mi propia casa”

Amalia Sauer tiene noventa años. Doce hijos. Treinta y cuatro niestos, dieciséis bisnietos y cinco tataranietos. Dice –con humor- que descendencia es todo lo que le pudo dejar a la vida porque no le quedo tiempo para hacer otra cosa que criar hijos y dedicarse al hogar.

Hija de los inmigrantes alemanes Juan Sauer y María Denk, llegados al país desde la lejana aldea Kamenka, ubicada a orillas del río Volga, y hermana de un niño nacido en el mar, durante el trayecto que recurrieron sus padres a América, Amalia es la novena de quince hermanos diseminados a lo largo y ancho del país.
Nacida en Pueblo Santa María, en la provincia de Buenos Aires, criada en Colonia Barón, provincia de La Pampa, radicada en Pueblo San José, provincia de Buenos Aires, Amalia se casó y mudó a la Capital Federal con Juan Pedro Prediger a los diecinueve años.
Sus padres llevaron una vida nómada buscando la tierra prometida. Fueron de aquí para allá soñando hacer fortuna en el campo. Se lo impidieron las heladas, las langostas, la usura de los bancos, la mala fe de algunas personas que los estafaron y mil contratiempos más.
Al final de sus vidas solamente tuvieron dinero suficiente para comprar sus tumbas y dignidad para legar un buen nombre a sus hijos. Nada más. “De tantas aventuras, trabajo duro y sacrificio no quedan más que recuerdos” –sentencia Amalia.
Una vez que Amalia se hubo mudado a la Capital Federal con su marido, hizo de todo: mucama, cocinera, planchadora, lavandera, obrera textil. ¡De todo! Eran tiempos difíciles.
Vivió en una pensión, en una casa alquilada, en un garaje prestado, en un depósito de chatarra, en la calle durante unos meses cuando ella y su marido se quedaron sin trabajo. Conoció la miseria en toda su profundidad.
“Pero jamás me rendí ni me di por vencida. Sabía que Dios me iba a ayudar a salir adelante. Mi marido y yo trabajamos día y noche para poder comprarnos un terreno y después, despacito, construir nuestra casita. La levantamos entre los dos –cuenta Amalia con orgullo-. Mi marido hacía de albañil y yo le alcanzaba los ladrillos y la mezcla. Los días de semana cumplíamos con nuestros trabajos y los fines de semana trabajábamos en la casita”.
Pasaron los años. El sueño de la casa propia se hizo realidad. Y comenzaron a llegar los hijos.
“Cuando empezaron a nacer mis hijos no volvimos más a las colonias. Era un viaje en tren muy largo y muy caro para una familia numerosa. Y tampoco podíamos faltar  al trabajo. Antes las cosas no eran como hoy en día. Al que pedía vacaciones lo echaban a la calle. A los ricos no les importaba nada.
“No pude ir al entierro de mi madre ni al de mi padre. En los dos casos me enteré unos días después de que habían fallecido. La comunicación no era sencilla y como nosotros andábamos de un lado para el otro tampoco sabían dónde ubicarnos en caso de urgencia.
“Me acuerdo que me impactaron tanto las dos noticias y me sentí tan agobiada por el trabajo, la vida solitaria que llevábamos en la Capital Federal, que en vez de llorar, sentí lástima por mí misma. Me sentí tan sola, abandonada para siempre en esta vida que nos estaba tratando tan mal, que no supe qué hacer más que encerrarme en mi dolor y sufrir en silencio.
“Quedé aturdida durante semanas. Trabaja y comía sin pensar. Quería reunir plata para dejar de ser pobre y descansar. No quería terminar como mis padres: solos, en un geriátrico, lejos de sus hijos.
“Trabajé. Trabajé. Trabajé. Hasta que tuve mi casa. Nos costó mucho pero lo logramos. Fue hermoso el día que nos mudamos. Todavía no estaba listo el piso; pero no importaba. ¡Teníamos nuestra propia casa! ¡Nuestra propia casa! –repite llorando Amalia Sauer.

domingo, 5 de enero de 2014

Volver a a casa

Transitar las calles del regreso,
desandando los senderos del adiós:
ver pasar las horas vacías
y conservar en el alma un sueño.

Caminar bajo el silencio
del atardecer gris de otoño,
mientras en algún lugar del alma
aún florece el retoño de la esperanza.

Retornar al antiguo hogar
buscando seres que un día nos amaron
y encontrar la casa deshabitada,
marchitas de tanto esperar nuestro regreso.

Descubrir que ya nada es igual:
que los amigos crecieron,
que el pueblo cambió
y que nuestros padres murieron.

Y al preguntar la dirección
de la mujer que un día nos amó,
descubrir con tristeza
que nos guía a una tumba.

Y comprender, desolados,
que ya no hay sitio para nosotros,
que un día nos hicimos al camino
buscando nuestro destino,

sin saber que al partir,
comenzábamos a transitar
los senderos del adiós,
por las calles del olvido.

Poema premiado en un certamen literario y publicado por Editorial De los Cuatro Vientos.

sábado, 4 de enero de 2014

Álvaro Fhur: De mochilero por 3 continentes y 33 países


La partida está prevista para los próximos días.

“Este es el recorrido del viaje que estaré empezando en unos días”, escribió en su cuenta de Facebook Álvaro Fhur, un fotógrafo de 28 años que en breve iniciará una recorrida por varios países, que forman parte de los continentes Americano, Europeo y Asiático.
La partida está prevista para el sábado o en los días posteriores, si le termina de llegar a través del Correo documentación que espera para poder empezar este largo recorrido.
Con mochila al hombro, que incluye indumentaria y calzado adecuado para largas caminatas, una carpa bien liviana y lo indispensable para lanzarse a esta particular aventura, Álvaro iniciará la recorrida dirigiéndose hacia el oeste del país, ya que proyecta viajar hacia Mendoza y de allí cruzar a Chile, recorrer algunos lugares del país trasandino, como Valparaíso, llegar al Desierto de Atacama, en Bolivia llegar hasta el Lago Titicaca y de allí pasar a Perú.
En total serán 3 continentes, 33 países, 33 culturas diferentes y 20 idiomas. En América proyecta recorrer además de los países mencionados Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Belice, Guatemala, México. Luego tiene previsto cruzar el Atlántico para llegar a España y desde allí recorrer Francia, Italia, Austria, Hungría, Rumania, Bulgaria, Turquía, Armenia, Georgia, Rusia, Mongolia, China, Corea del Sur, Japón, Hong Kong, Vietnam, Laos y Tailandia.
“Por ahora esta es la ruta” escribió en Facebook y lo reiteró luego en la nota ante los micrófonos de La Nueva Radio Suárez, explicando que “hay muchos caminos por recorrer, un montón de amigos que conocer y muchos idiomas y cultura por comprender. Seguramente habrá modificaciones en la ruta establecida, porque lógicamente no es estricta y está sujeta a los cambios que por diversas circunstancias se puedan producir”.
El tiempo que le demandará todo este recorrido es estimativamente un año y proyecta quedarse un buen tiempo en los países asiáticos, que siempre soñó conocer, desde que era chico, cuando se imaginaba haciendo un recorrido como el que está próximo a emprender.
Desde esta página ¡buena suerte y buen viaje! Estaremos siguiendo su recorrido a través de lo que Álvaro publique a través de las redes sociales.

Los Reyes Magos llegan a Pueblo Santa Trinidad. Todo listo para recibirlos


Nelly Ramos, una de las integrantes de la Comisión de Festejos de Santa Trinidad, informó que mañana domingo tendrá lugar la tradicional llegada de los Reyes Magos, una de las dos ocasiones en que esta Comisión, que tiene ya diez años de funcionamiento continuado, con diferentes integrantes, prepara actividades especiales para los niños de Pueblo Santa Trinidad.
                                       
Se hará en la explanada de la Parroquia Santísima Trinidad y será la Comisión Parroquial quien dará comienzo a la propuesta con la representación del nacimiento de Jesús.
“Es un orgullo para todos, una inmensa alegría poder llevar a cabo esta actividad. Muchos de los que estamos somos abuelos y pensamos en esta propuesta para todos los niños de Santa Trinidad, contando con la colaboración de toda la gente de nuestra Colonia que año a año nos compra el bono contribución con el que reunimos los fondos para hacer la compra de los regalos”, dijo Nelly ante la consulta.
Agregó que esperaban “la colaboración de todos los padres, para que podamos llevar a cabo esta fiesta con tranquilidad, pedimos a los chicos y a sus familias que una vez que reciban su regalo no vuelvan a ponerse en la fila, porque nos tenemos que asegurar que les llegue un presente a cada uno de los niños, y además proyectamos entregar algunos regalos el día lunes a los niños que estén internados en la Clínica y en el Hospital y también en los Hogares Abrigo de la ciudad de Coronel Suárez, como siempre lo hacemos”.
A las 21:30 horas es la cita para estar presentes en esta propuesta pensada para todos los niños de la primera Colonia Alemana.