Rescata

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viernes, 27 de enero de 2012

Choque de culturas: Los colonos alemanes del Volga les temían a los gauchos



"Era risueño –rememora el historiador Alejandro Guinder- cuando a veces en el campo llegaba algún paisano que no era alemán y no estaba el pa­dre de familia. Entonces la madre, que no hablaba ni comprendía el castellano, como primera medida gritaba: "Kinder, unter das Bett;"("¡Hijos, abajo de la cama!"), "das kommt ein Schwartz!" ("¡Viene un negro!) o: "ein Spanier" ("un español"),
Esto era un resabio de la vida del Volga, en que venían las hordas salvajes de cosacos, calmucos y quirguizes y se llevaban no pocas veces a los niños, que vendían en los mercados de China y Mongolia co­mo esclavos. De allí el temor de estas madres por sus hijos.
A Dios gracias en nuestra patria ningún "Schwartz" se llevó chico alguno y esto es uno de los agrade­cimientos que tenemos a la República Argentina...".

"Los colonos –cuenta Matías Seitz- preferían vivir en grupos de fa­milia por temor a los pampas, gauchos matreros que pululaban por doquiera en los campos abier­tos y que, leales con sus amigos, eran feroces y traicioneros con sus enemigos. Sus mismos ami­gos debían cuidarse mucho de cualquier palabra, chanza o gesto equívoco, pues en la mano del gaucho, cual chispa eléctrica, aparecía el facón del que no se salvaban enemigos ni amigos, dado su temperamento impulsivo, irascible e irrefle­xivo.
"En general, el rey de las pampas (las llanu­ras) por una parte era leal, altivo, bravo y va­liente, muy avezado en el uso del facón y audaz compañero en las lides pendencieras, inclinán­dose a favor del más débil; por la otra, con vis­ta clara, cauta, escrutadora y recelosa, era des­confiado, desafecto al trabajo, pues aguantaba hasta tres días la labor de la trilla. Su afición predilecta era asistir a las yerras sin paga. Irre­flexivo en su furor y rencoroso, enemigo de los colonos y de los extranjeros, nos odiaba conside­rándonos como usurpadores y expoliadores de sus tierras y derechos, sin vacilar en perjudicar­nos, principalmente ejerciendo el abigeato. Ese espíritu personal suyo de libertad, empero, los llevó a ser de gran ayuda en la epopeya liberta­dora sudamericana. Su presencia o su compañía no era nada estimada, porque, dadas sus condi­ciones personales, no se les podía tener con­fianza.
"Se dijo que los gauchos no eran afectos al trabajo –continúa Seitz-. ¿Y para qué? Todo era barato y la vida hermosa. Una vez en posesión de "pilchas", re­domón, recado, facón y trabuco, lazo y boleado­ras, sólo hacía falta cigarrillos, fósforos, sal, yer­ba mate, una pavita y algún porrón de ginebra. Por la comida y la bebida no se preocupaban. Había agua en los arroyos y ríos, en las llanuras ovejas y vacunos cerriles, peludos, piches, muli­tas, perdices comunes y coloradas, martinetas, ñandúes, llamas, etc. En su hogar, que formaba en la vasta llanura bajo el cielo abierto, no te­mía al viento ni a la lluvia ni al frío. Por cama, sobre los pastos del suelo, los aperos del recado, los bastos para almohada, lo demás para colchón y cobijas. Su vestimenta: chambergo, de anchas alas, o vincha; pañuelo rojo o celeste al cuello; camiseta; blusita negra; calzoncillos con flecos; chiripá; cinturón ancho; alpargatas blancas o bo­tas de potro; un hato de ropa ceñida con un man­tón a la cintura, con su guitarra al hombro, lo vemos en su flete, al que estimaba más que a un cristiano, recorrer la pampa solitario, sintiéndo­se satisfecho y libre. El mate era la bebida pre­ferida y necesaria, que tomaba en cantidad y que le aportaba algunas vitaminas que el cuerpo requería, carentes en la nutrición de otro alimen­to que no fuera la carne”, concluye Matías Seitz.