Rescata

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jueves, 24 de marzo de 2011

La costumbre del mate entre los alemanes del Volga

“El primer contacto con el ritual del mate debió ser similarmente sorpresivo para todos los extranjeros. Para un alemán del Volga, por ejemplo, fue así: "Nos esperaban con carros los colo­nos... Una vez en la colonia me convidaron con el primer mate. Yo creía que esto era tabaco y que debía fumarse en una pipa bastante diferente de las que usábamos en el Volga. Chupé fuerte, como es natural. Las consecuencias fueron una formi­dable neblina que produje con mi resoplido al sentir 1a quemazón. La gente se moría se risa. Para ellos, él mate ya había desalojado el té de China que tomábamos en Rusia" (Olga Weyne).

El alemán que quería un mate más caliente

Hace ya muchos pero muchos años un alemán de oficio lomillero se estableció en nuestra frontera con el Brasil. Se destacaba tanto por su habilidad para fabricar lomillos y magníficos recados de montar, como por su dificultad para apren­der el "españoles", esa mezcla de castellano y portugués típico de la frontera. Aprovechando esta dificultad un pardito vivaz y pícaro a quien el ingenuo alemán tomara como ayudante, resolvió gastarle una broma. Sabido es que, en rueda de mate, basta con decir "gracias" al devolver el mate al cebador para no seguir tomando. En cambio, decir que el agua no está bastante caliente resulta casi una ofensa para quien desea agasajar a su visita y se precia de "ce­bar" bien.
El morocho sabandija le explicó a su patrón que cuando no quisiera tomar un mate en casa ajena, bastaba con que dijera a quien se lo cebaba: "Más caliente".
A los pocos días el alemán, de visita en casa de un estanciero brasileño de la frontera para quien hiciera un hermoso recado, vio el previsto ofrecimiento del mate, bebida que no era de su agrado. El estanciero era hombre poderoso, de baúles llenos de libras y bolivianos, y padre de una hermosa hija que con sabiduría maestra se encargaba de cebarle el mate. Recién empezaba la rueda. El alemán, después de tomar por respeto el mate que le ofrecieron, agradeció, sonriente y bobo: "Más caliente". El viejo se puso verde como la yerba, la hija roja como su vestido. Corrió a la cocina, casi hirvió el agua, lo cebó de nuevo con cuidado y volvió a ofrecerlo al forastero. Este, sorprendido, pues creía haber termina­do con aquella bebida amarga a la que le costaba acostumbrarse, se sintió obligado a ingerirla y volvió a decir ya inquieto pero todavía ingenuo: "Más caliente". El viejo pasó del blanco al morado y soltó un rugido. La hija, en pleno ataque de rabia, corrió a la cocina. Vejada en su justa fama de buena cebadora y por un "gringo", decidió vengarse: hirvió el agua y le cebó el mate por la bombilla que, como era de plata, quedó como si la hubieran puesto al fuego. Con siniestra sonrisa lo ofreció de nuevo al forastero, quien sin entender ya nada de lo que pasaba e incapaz de resistir el ofrecimiento, llevó maquinalmente la bombilla a los labios. Escupió la cebadura sobre el lomo del gato casero, cuyo aullido de dolor fue cosa del otro mundo; el estanciero bramó su sorpresa; la hija rió; los perros ladraron, y el alemán desorbitados los ojos, abrasados los labios y el paladar por el metal y el agua ardiente, apenas podía repetir: "¡Oh brasileira burra, yo le dije: Más calien­te!”

El mate del estribo

Un peón de campo, solo y aburri­do en su casa un domingo, pensó en allegarse a las casas de una estancia vecina para encontrar gente con quien prosear”, escribe el historiador Fernando O. Assungao. A su llegada y calmada la perrada después de los saludos de rigor —"Ave María Purísima. Sin pecado concebida. Abájese"— fue invitado a pasar. Quedó solo, fuera de la casa, un rato, aflojando la cincha y dándole una revisadita a las garras. Descubrió entonces un par de hermosos estribos colgados de un clavo en la pared vecina. Tentado por el diablo se apoderó de ellos y los escondió en su maleta. Después entró en la cocina donde estuvo mateando un rato con la familia del "encargao", pero, nervioso por la sustracción, apuró la retirada. Cuando ya iba a montar salió la señora y ofre­ciéndole sonriente el último cimarrón le dijo: "Tome don, pa'l estribo". Creyéndose descubierto y ante la sorpresa de todos, ex­trajo los estribos de la maleta diciendo: "No doña, si jue de jugan­do" y disparó campo afuera.

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